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Una casa de beneficencia fundada en 1864 para ayudar a los más pobres

Iglesia y convento de San Diego en una fotografía de Pedro Menchón hacia 1930. :: ARCHIVO MUNICIPAL

Iglesia y convento de San Diego en una fotografía de Pedro Menchón hacia 1930. :: ARCHIVO MUNICIPAL

La residencia de ancianos de San Diego y la iglesia que existe junto a ella están situados en las cercanías de uno de los lugares donde antiguamente se ajusticiaba en Lorca los reos condenados a muerte. Por ese motivo, se levantó allí una pequeña ermita dedicada a la Virgen de los Desamparados, de la que era patrono el Concejo. Esa ermita fue cedida por los regidores a los franciscanos alcantarinos en 1687 para fundar el tercer convento masculino de esa orden en la ciudad. Pronto se iniciaron las obras de reforma y adaptación y a esa rapidez contribuyó el que la familia Pérez de Meca Ponce de León obtuviera el patronato de iglesia y convento.

A cambio de conseguir enterramiento familiar en la capilla mayor y de poder colocar en ella y en la portada de la iglesia sus armas, Antonio Pérez de Meca Ponce de León se obligó, por sí y sus sucesores, a gastar 15.000 reales en las obras que entonces se hacían y a dar 60 ducados todos los años para las necesidades del convento. A mediados de 1709 se sabe que la iglesia ya estaba acabada y abierta al culto.

Destaca la sobriedad de los elementos arquitectónicos y decorativos, en armonía con el carácter austero de la reforma de los franciscanos descalzos. El padre Morote, contemporáneo de la fundación y construcción del convento, elogiaba la rapidez y perfección con que se concluyó la obra, los nuevos retablos y estructuras con que se adornó la iglesia, las pinturas del claustro y, sobre todo, el camarín, con pinturas atribuibles a Muñoz de Córdoba en una primera fase, y a mediados del XVIII enriquecido con estucos realizados por un artistas desconocido.

La guerra y diferentes inundaciones hicieron que se perdiera la totalidad del patrimonio de carácter histórico artístico. Durante el reinado de Isabel II el edificio conventual fue desamortizado y cedido por el Estado al Ayuntamiento de Lorca para convertirlo en una casa de beneficencia. En el año 1864, Eulogio Saavedra y Pérez de Meca, como heredero universal y albacea testamentario de su esposa, Dolores de Blaya y Cueto, que había fallecido el año anterior, destinó 25.000 pesetas, un legado de su esposa para los pobres de Lorca a la instalación de un asilo.

La coincidencia de objetivos con el Ayuntamiento propició que la iniciativa de Eulogio Saavedra, que por cierto fue alcalde de Lorca en 1876 y repitió en el cargo en varias ocasiones, la última en 1899, tomara cuerpo en el ya exconvento franciscano.

Para regir la nueva institución se elegido a la congregación de las Hermanitas de los Pobres y la de Lorca fue la quinta fundación que esta Orden hacía en España. Para montar el asilo vinieron a Lorca la Madre María de la Concepción, asistenta general de la Orden, y la Buena Madre María Celestina Josefa, que quedó como superiora. El primero de enero de 1865 se admitió la primera anciana.

La cesión municipal se circunscribió al edificio del exconvento, ya que la iglesia seguía abierta al culto, y la huerta del entorno la había comprado un particular. Eulogio Saavedra adquirió esa huerta para unirla al asilo y darle a éste más espacio.

En los muchos años en que las Hermanitas de los Pobres estuvieron a cargo de San Diego, su labor consistía en «albergar, alimentar, vestir y cuidar a los pobres ancianos de ambos sexos. Y para hacerlo posible dependen de la limosna que ellas mismas piden de casa en casa».

A principio de la década de 1970 las Hijas de la Caridad se hicieron cargo del asilo, en sustitución de las Hermanitas de los Pobres, labor que desarrollaron durante 37 años y, desde entonces, existe un patronato que gestiona la institución.

Fuente: La Verdad