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Sin olés en Lorca

Sin olés en Lorca

Sin olés en Lorca

Una plaza de toros sin olés es como un jardín sin flores. Así está la de Lorca. Triste, enmudecida y llena de cascotes, tantos que un paseo por sus entrañas es más una carrera de obstáculos que un paseo. Hay que sortear escombros, esquivar puntales, hacer ‘trapecismos’ en los viejos peldaños de madera. Si no se ve el auxilio del ruedo, al fondo, no parece una plaza, sino una galería en el infierno. Uno de sus dueños es Paco Montoya. Pantalón blanco, chaqueta y corbata oscuras, hace de cicerone con cierto dandismo, como un pincel. Se nota que para él la apostura no es un arreglo de un momento, sino una forma de vida. Y dice que la plaza de toros de Lorca no es una más, sino la más hermosa de la Región. ¿Por qué? «Porque en sí misma es puro arte», dice.

Inaugurada en 1892, fue reconstruida en 1945. Se mantenía con cierta apostura, como su dueño, desde entonces, pero los terremotos la desbarataron de tal modo que es más el acojone que la curiosidad por caminar bajo el tendido. «Los arcos están destrozados y hay fisuras en el tendido. Hay mucho por hacer», dice Montoya.

«Aquí han estado Juan Belmonte, Manolete, Luis Miguel Dominguín, Antonio Ordóñez, José Tomás…». Paco Montoya va desgranando sus recuerdos mientras muestra las dentelladas de los seísmos. No son pocas, como no son pocos los recuerdos de alguien que ha visto toros desde que tenía cinco años. «No solo aquí. En muchas partes; y también en Cataluña. Los toros son emocionantes. Son arte. La verdadera brutalidad es prohibirlos por una razón sencilla: si no hubiera corridas, no habría toros».

El recorrido por las barrigas de la plaza está interrumpido por aliviaderos que antes eran cantinas y están constelados de viejos carteles, algunos muy antiguos. El que más, uno de 1899, solo siete años después de que la plaza abriera. Está un poco pálido, con el fondo desvaído y las letras más claras que en los que están al lado, pero se mantiene firme al cabo de los años. «Es más -dice Montoya-, no ha sufrido ni un rasguño con los terremotos».

Montoya pide auxilio. «La plaza es un monumento de la ciudad, como la colegiata o el castillo. No podemos dejarla así. Aquí ha venido mucha gente de fuera a ver toros. A mí me gusta ponerme en la taquilla, para ver cómo va la cosa, y desde la taquilla he visto a muchas mujeres gastando unos ahorros de mucho tiempo atrás. Traían el dinero bien sujeto en el puño como algo que vas a gastar en algo precioso. Que la arreglen ya, hombre».

Fuente: La Verdad